Verde aceituna.

Hace unas semanas tuve la fortuna de poder fotografiar a Luis Álvaro en uno de los lugares más especiales de la Ciudad de Burgos: el Castillo. Pasamos toda la tarde recorriendo sus fantásticos rincones construidos de robusta piedra y longevos y verdosos árboles, a juego con el color aceitunado de sus ojos.

Además de que la tarde acompañaba con una temperatura bastante suave, tuvimos la suerte de poder contemplar uno de los atardeceres más espectaculares que recuerdo en mucho tiempo, así que allí nos quedamos inmóviles durante un momento, observando risueños aquella maravilla de la naturaleza, hasta que se encendieron las luces de la ciudad. Se había hecho de noche casi sin darnos cuenta.

Lo que más me gusta de esto de la fotografía es poder reflejar a las personas tal y como son, su naturalidad y su espontaneidad; con él fue muy fácil hacerlo.

Gracias, Luis.

Del color del cielo

Una de esas tardes en las que el otoño da sus últimos coletazos mostrando unos rayos de luz inusuales, tímidos y sutiles, sin querer dar paso a la noche fría de un día de noviembre.

En una de esas tardes comprendí que los momentos más extraordinarios son a veces totalmente inesperados; como aquel en el que se unieron Diego y los últimos destellos del sol. Si fijas tu mirada en él, ya no podrás parar; porque un pedazo de cielo...se lo quedaron sus ojos.

Cuando caen las hojas

Cuando las hojas de los árboles comienzan a caer formando un manto infinito sobre el suelo frío y desgastado de las calles, cuando las orillas del Río Arlanzón se convierten en todo un espectáculo de colores: amarillo, verde, marrón...

Es en esos instantes cuando caminar sin rumbo fijo, sólo observando lo que hay alrededor, se convierte en un placer para los sentidos.

El otoño es especial, pues se puede ver, se puede oler, y si cierras los ojos...lo puedes sentir y hasta tocar.

En el vídeo, Paula (maravillosa) y el otoño en el Río Arlanzón.